El dolor de cada 31 de agosto #Efemérides

Un día que conmemora dos hechos históricos para el Movimiento Justicialista. Dos discursos que están marcados por el dolor de la patria obrera.


“Juan Domingo Perón-Eva Perón, la fórmula de la patria” rezaban las pancartas que sostenían los centenares de obreros organizados frente al Ministerio de Obras Públicas. Y lo que supo ser una triste intuición en aquel histórico cabildo abierto, se transformó en realidad: el 31 de agosto de 1951 Eva Duarte de Perón anunció por cadena nacional que iba a rechazar, irrevocable y definitivamente, la candidatura a la vicepresidencia. Quizás para garantizar la continuidad de la vida institucional de la Argentina, quizás para garantizar la suya ante sus adversidades.
La líder de los descamisados advirtió que su puesto de lucha en el Movimiento Peronista no sería cambiado por ningún otro puesto. “[…] Que de mí se diga cuando se escriba este capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que Perón convertía en hermosas realidades y que a esta mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Nada más que eso.” Renunció a los honores pero no a la lucha y eligió ser Evita, porque supo que así siempre iba a quedar en el corazón de los trabajadores recordada como un puente de amor entre Perón y el pueblo.

El mismo día pero cuatro años más tarde, un 31 de agosto de 1955, el General Perón daría su último discurso antes del golpe que lo tendría exiliado por casi 20 años. Ya sin compañera de vida y sometido a presiones opositoras, el conductor del movimiento más grande de Occidente le iba a hablar -en una repleta Plaza de Mayo- a los trabajadores y las trabajadoras del país, quienes arengaban a su líder a tomar represalias por los más de 200 asesinatos que los posteriores golpistas habían perpetrado. El clima en el país era tenso. En todo su discurso el General incitó a los trabajadores y trabajadoras a defender la democracia a como dé lugar. Y con su eterna sabiduría diría palabras que quedarían grabadas en el corazón del pueblo trabajador para la eternidad: “cada uno de nosotros debe considerar que la causa del pueblo está sobre nuestros hombros, y ofrecer todos los días, en todos los actos, la decisión necesaria para salvar esa causa del pueblo”.