“No creo en un país sin industria” dijo el Presidente Alberto Fernández esta semana mientras le hablaba a un sector que fue menospreciado los últimos cuatro años. “No hace falta que para que la industria crezca, otro padezca” agregó, con el ruido de las maquinarias en funcionamiento como música de fondo, o quizás como música introductoria a una nueva etapa.
Conviene recordar el escenario que encontró Fernández el diez de diciembre de 2019, tras cuatro años de la gestión de Mauricio Macri: 24.537 pymes cerradas, de ellas, 4229 eran industriales. Esto se tradujo en cientos de miles de trabajadores sin empleo.
El 2019, año en el que el entonces presidente no asistió al acto por el día de la industria, fue el segundo año consecutivo de caída Unión Industrial Argentina, a pesar de que el mandatario le pedía “poner el hombro” al sector que enfrentaba un fuerte derrumbe de la producción y el cierre de empresas. Una de las mayores caídas se registró en el sector automotor. En particular, la industria automotriz tuvo una pérdida del 32,5% y alcanzó su nivel de producción más bajo desde 2005. Aguantar y aguantar mientras los amigos del campeón fugaban capitales, pero ni el segundo semestre ni la luz al final del túnel llegaron para los que trabajan.
El pasado dos de septiembre fue, probablemente, uno de los más difíciles aniversarios del día de la industria que este país haya pasado: un cóctel explosivo de pandemia sumada a cuatro años de neoliberalismo cargados en la espalda.
La única industria contemplada en el plan económico a partir del 2015 fue la financiera de especulación. En su discurso del miércoles, Fernández dijo que “en el capitalismo que tenemos que construir la industria es central, con capital, con trabajo, producción y consumo”. En el contexto de esa agenda industrial, se anunciaron algunas medidas que beneficiarán a las pymes, como por ejemplo: créditos por $455.000 millones para la reactivación productiva, desarrollo de proveedores industriales y tecnológicos, apoyo de $1400 millones a empresas que aspiren a ser proveedoras en sectores estratégicos, aportes no reembolsables por hasta un 70% del proyecto y un programa nacional para el desarrollo de parques industriales son algunas de las propuestas para llevar adelante. Durante el acto, el Ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, señaló que ya existen indicadores claros de una mejoría en la industria: la producción ya ha alcanzado a los niveles previos a la pandemia.
De la mano de estas medidas, otro eje ideológico para poner en la balanza es la continuación de las obras que completarán el dragado del Canal Magdalena, una obra estratégica que dará un enorme impulso al comercio en los puertos de la Provincia y generará empleo genuino, y no el parche laboral momentáneo que algunos sectores parecen ofrecer como solución definitiva.
“La economía fundada en la especulación financiera no sirve”, dijo el Presidente en el acto del día de la industria, y trajo el recuerdo vívido de aquellas palabras pronunciadas por el Papa Francisco en mayo del 2017, frente a los obreros de una planta siderúrgica en Génova: “La enfermedad de nuestra economía es la progresiva transformación de los empresarios en especuladores. No hay que confundir empresario con especulador. El especulador es una figura parecida a la que Jesús en el evangelio llama ‘mercenario’, contraponiéndolo al ‘buen pastor’. El especulador no ama su empresa, no ama a los trabajadores”. Quien especula concibe a los obreros sólo como un medio para generar ganancias: no trabaja a su lado. Cuando la economía se encuentra habitada por especuladores pierde el rostro, tanto el propio como el ajeno. Atrás de las decisiones tomadas no hay trabajadores, sólo hay números. Y por tanto, no se mira a los ojos a quien hay que echar. Cuando la economía pierde contacto con el rostro de los trabajadores, ella misma se transforma en una economía sin rostro y, consecuentemente, despiadada.